He leído y escuchado opiniones encontradas sobre el proyecto del Corredor Cultural Chapultepec, incluidas las de mejorar la zona, su impacto ambiental, la
controvertida falta del proyecto cultural (en un corredor cultural) y el exceso
de locales proyectados que ha resultado en apodar al proyecto “Shopultepec”. Asimismo,
he leído que el proyecto está basado en el famoso “High Line” de la ciudad
de Nueva York. Lo interesante es que después de ver lo proyectado para México,
pienso en el "High Line" que visite hace un par de años y no encuentro muchas coincidencias con el proyecto para México. En primer lugar, el High
Line no se construyó de la nada sobre
una avenida, sino que restauró antiguas vías férreas que corren encima de una
avenida para que fueran de uso peatonal, es decir, no requirió la inversión que
requiere el corredor cultural en avenida Chapultepec. La segunda diferencia que encuentro, es que a lo
largo del "High Line" uno encuentra a lo más una decena de cafeterías, siendo lo
primordial el paseo urbano con esculturas, miradores de la ciudad, el jardín y la mayoría de las veces el excelente trabajo de arte
urbano callejero. Es cierto que el "High Line" ha propiciado la renovación urbana de una antigua zona empobrecida de fábricas, bodegas y unidades habitacionales maltrechas o
abandonadas que propiciaban inseguridad. La presencia de nuevos edificios
habitacionales y comerciales a lo largo del paseo ha generado plusvalía. Pero por
otra parte, también ha generado el fenómeno ahora conocido como gentrificación,
es decir, atraer inversionistas y gente con un poder adquisitivo alto para
repoblar una zona urbana céntrica, bien comunicada y con infraestructura
instalada desplazando a sus antiguos pobladores. Este fenómeno de desplazar
a la población que habitaba esa zona a suburbios más pobres que si pueden
pagar, pero que están más alejados de la ciudad, de las fuentes de empleo, que son igual o más inseguros que sus barrios de origen y que no cuentan con las ventajas urbanas de infraestructura que
dejaron en su barrios ahora gentrificados (escuelas, bibliotecas, parques,
transporte público, mercados, etc.) es el que me preocupa. Este fenómeno lleva ya varios años
ocurriendo en las delegaciones más céntricas de la ciudad de México. Al igual
que en otras grandes metrópolis, el problema es qué hacer para equilibrar
los efectos positivos y negativos de este tipo de proyectos. El riesgo que se
corre es acentuar el desplazamiento de la población de ingresos bajos y medios
que aun habitan barrios céntricos de las ciudades a círculos de pobreza alrededor de éstas,
dificultando su acceso a los beneficios de la ciudad y propiciando la
perpetuación de la pobreza. Asimismo, se debe pensar si es deseable continuar
con el aislamiento social y geográfico de los hogares ubicados en los deciles de ingreso más
altos de la realidad del resto de la población. Con esto no quiero decir que no
se debe invertir en restaurar y mejorar zonas deterioradas de la ciudad. Por el
contrario, lo que pretendo es cuestionar cómo se llega a estas decisiones, sus alcances y sus medidas de mitigación respecto sus efectos negativos. Asimismo, pretendo provocar preguntas de por qué se priorizan zonas como avenida
Chapultepec, en la céntrica delegación Cuauhtémoc en vez de pensar en alguna
avenida de la Delegación Iztapalapa, que además de ser la más poblada de la Ciudad de México y tener un
gran porcentaje de población en condiciones de pobreza, también padece de una
falta de infraestructura urbana notable. Es claro que si la decisión fuera tomada bajo
criterios estrictos de beneficio público, existen muchas otras delegaciones que
pudiesen verse beneficiadas de estos corredores peatonales. Para responder esto, me parece que en gran medida hay que
apuntar hacia la ruta del dinero y saber quiénes son los principales
beneficiarios de este corredor, los habitantes actuales de la zona o las constructoras, inmobiliarias, hoteles y las grandes cadenas de restaurantes y centros comerciales.
lunes, 30 de noviembre de 2015
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Reflexión sobre el nuevo programa que entrega tabletas electrónicas a niños de primarias públicas.
Desde la década pasada México ha intentado de forma fallida llevar las tecnologías de información y comunicación a la educación pública. Basta recordar el controvertido, caro y malogrado programa Enciclomedia, el cual sin considerar el estado que guardan las escuelas públicas primarias en México (recursos humanos y materiales) y su acceso efectivo a internet, intentó con un optimismo desbocado durante 6 años (el programa inició en 2004 en la administración del presidente Fox y terminó en 2010 durante la administración de Felipe Calderón), imponer un programa de digitalización educativa centrado en dotar de herramientas al maestro, en un país con serios atrasos educativos de toda índole.
En la presente administración tenemos un nuevo intento en forma de tabletas electrónicas. Bajo el Programa de Inclusión y Alfabetización Digital, la Secretaría de Educación Pública (SEP) entregó aproximadamente 700 mil tabletas, de las cuales 93% están dirigidas a estudiantes de quinto de primaria y el resto a docentes de seis entidades federativas (Colima, Estado de México, Puebla, Sonora, Tabasco y el Distrito Federal) “para mejorar sus condiciones de estudio, reducir las brechas digitales y sociales de su familia y las de su comunidad, así como para fortalecer y actualizar las formas de enseñanza de los maestros.”
La pregunta que subyace es si antes de poner en marcha este nuevo programa, se hizo la tarea de investigar que las escuelas donde ha comenzado su implementación cuenten con acceso a internet, que los profesores hayan recibido capacitación para su uso y que el soporte de contenidos en las tabletas propicien el aprendizaje y sea adecuado para provocar a los niños a investigar y resolver problemas usando esta poderosa herramienta. Por el contrario, implementarlo en condiciones de carencia de acceso a internet en las escuelas, falta de contenidos y bajo un enfoque pedagógico inadecuado, puede provocar que las tabletas terminen siendo utilizadas solamente como una herramienta de entretenimiento en casa para entrar a redes sociales, descargar juegos y revisar el correo electrónico (en el caso optimista de que las familias cuenten con acceso a internet). Si bien esto último también es parte de romper con una parte de la brecha digital y está en los objetivos, me parece que debería ser complementario al objetivo central de desencadenar el potencial de aprendizaje de los niños mexicanos.
Para saber si este programa surte el efecto esperado es necesario contar con un diagnóstico de la población que recibirá las tabletas, así como una operación y seguimiento adecuado de su uso en las escuelas públicas primarias de estos seis estados para saber el impacto de esta herramienta. Para ello no basta con entregar tabletas. Se necesita dar seguimiento claro a las acciones para dotar a las escuelas de acceso a internet, contenidos para las tabletas y capacitación a los profesores para poder usar esta herramienta como una palanca de aprendizaje complementaria a los libros de texto. La sociedad civil organizada deberá dar seguimiento puntual a este programa para conocer los detalles de su implementación y conocer la evidencia que respalde los buenos o malos resultados que arroje.
Desde la década pasada México ha intentado de forma fallida llevar las tecnologías de información y comunicación a la educación pública. Basta recordar el controvertido, caro y malogrado programa Enciclomedia, el cual sin considerar el estado que guardan las escuelas públicas primarias en México (recursos humanos y materiales) y su acceso efectivo a internet, intentó con un optimismo desbocado durante 6 años (el programa inició en 2004 en la administración del presidente Fox y terminó en 2010 durante la administración de Felipe Calderón), imponer un programa de digitalización educativa centrado en dotar de herramientas al maestro, en un país con serios atrasos educativos de toda índole.
En la presente administración tenemos un nuevo intento en forma de tabletas electrónicas. Bajo el Programa de Inclusión y Alfabetización Digital, la Secretaría de Educación Pública (SEP) entregó aproximadamente 700 mil tabletas, de las cuales 93% están dirigidas a estudiantes de quinto de primaria y el resto a docentes de seis entidades federativas (Colima, Estado de México, Puebla, Sonora, Tabasco y el Distrito Federal) “para mejorar sus condiciones de estudio, reducir las brechas digitales y sociales de su familia y las de su comunidad, así como para fortalecer y actualizar las formas de enseñanza de los maestros.”
Es una buena idea, tomando en
cuenta que acceder a este tipo de tecnologías puede dotar, con los incentivos
correctos, de herramientas de autoaprendizaje a los niños mexicanos, como ha
sido demostrado por el Sugata Mitra, profesor de tecnología educacional en la
Universidad de Newcastle en el Reino Unido, quien a través de experimentos en
la India mostró que darle a los niños de comunidades marginadas acceso no
dirigido a una computadora con contenidos específicos, resulta en un proceso
de auto-aprendizaje. O lo hecho por el profesor Sergio Juárez Correa de la
escuela primaria José Urbina López en Matamoros estado de Tamaulipas, quien a
través de un nuevo modelo educativo basado en las prácticas de Mitra, incentiva
a que sus alumnos participen activamente en la resolución de problemas del
currículo.
La pregunta que subyace es si antes de poner en marcha este nuevo programa, se hizo la tarea de investigar que las escuelas donde ha comenzado su implementación cuenten con acceso a internet, que los profesores hayan recibido capacitación para su uso y que el soporte de contenidos en las tabletas propicien el aprendizaje y sea adecuado para provocar a los niños a investigar y resolver problemas usando esta poderosa herramienta. Por el contrario, implementarlo en condiciones de carencia de acceso a internet en las escuelas, falta de contenidos y bajo un enfoque pedagógico inadecuado, puede provocar que las tabletas terminen siendo utilizadas solamente como una herramienta de entretenimiento en casa para entrar a redes sociales, descargar juegos y revisar el correo electrónico (en el caso optimista de que las familias cuenten con acceso a internet). Si bien esto último también es parte de romper con una parte de la brecha digital y está en los objetivos, me parece que debería ser complementario al objetivo central de desencadenar el potencial de aprendizaje de los niños mexicanos.
Para saber si este programa surte el efecto esperado es necesario contar con un diagnóstico de la población que recibirá las tabletas, así como una operación y seguimiento adecuado de su uso en las escuelas públicas primarias de estos seis estados para saber el impacto de esta herramienta. Para ello no basta con entregar tabletas. Se necesita dar seguimiento claro a las acciones para dotar a las escuelas de acceso a internet, contenidos para las tabletas y capacitación a los profesores para poder usar esta herramienta como una palanca de aprendizaje complementaria a los libros de texto. La sociedad civil organizada deberá dar seguimiento puntual a este programa para conocer los detalles de su implementación y conocer la evidencia que respalde los buenos o malos resultados que arroje.
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