Desde la década pasada México ha intentado de forma fallida llevar las tecnologías de información y comunicación a la educación pública. Basta recordar el controvertido, caro y malogrado programa Enciclomedia, el cual sin considerar el estado que guardan las escuelas públicas primarias en México (recursos humanos y materiales) y su acceso efectivo a internet, intentó con un optimismo desbocado durante 6 años (el programa inició en 2004 en la administración del presidente Fox y terminó en 2010 durante la administración de Felipe Calderón), imponer un programa de digitalización educativa centrado en dotar de herramientas al maestro, en un país con serios atrasos educativos de toda índole.
En la presente administración tenemos un nuevo intento en forma de tabletas electrónicas. Bajo el Programa de Inclusión y Alfabetización Digital, la Secretaría de Educación Pública (SEP) entregó aproximadamente 700 mil tabletas, de las cuales 93% están dirigidas a estudiantes de quinto de primaria y el resto a docentes de seis entidades federativas (Colima, Estado de México, Puebla, Sonora, Tabasco y el Distrito Federal) “para mejorar sus condiciones de estudio, reducir las brechas digitales y sociales de su familia y las de su comunidad, así como para fortalecer y actualizar las formas de enseñanza de los maestros.”
Es una buena idea, tomando en
cuenta que acceder a este tipo de tecnologías puede dotar, con los incentivos
correctos, de herramientas de autoaprendizaje a los niños mexicanos, como ha
sido demostrado por el Sugata Mitra, profesor de tecnología educacional en la
Universidad de Newcastle en el Reino Unido, quien a través de experimentos en
la India mostró que darle a los niños de comunidades marginadas acceso no
dirigido a una computadora con contenidos específicos, resulta en un proceso
de auto-aprendizaje. O lo hecho por el profesor Sergio Juárez Correa de la
escuela primaria José Urbina López en Matamoros estado de Tamaulipas, quien a
través de un nuevo modelo educativo basado en las prácticas de Mitra, incentiva
a que sus alumnos participen activamente en la resolución de problemas del
currículo.
La pregunta que subyace es si antes de poner en marcha este nuevo programa, se hizo la tarea de investigar que las escuelas donde ha comenzado su implementación cuenten con acceso a internet, que los profesores hayan recibido capacitación para su uso y que el soporte de contenidos en las tabletas propicien el aprendizaje y sea adecuado para provocar a los niños a investigar y resolver problemas usando esta poderosa herramienta. Por el contrario, implementarlo en condiciones de carencia de acceso a internet en las escuelas, falta de contenidos y bajo un enfoque pedagógico inadecuado, puede provocar que las tabletas terminen siendo utilizadas solamente como una herramienta de entretenimiento en casa para entrar a redes sociales, descargar juegos y revisar el correo electrónico (en el caso optimista de que las familias cuenten con acceso a internet). Si bien esto último también es parte de romper con una parte de la brecha digital y está en los objetivos, me parece que debería ser complementario al objetivo central de desencadenar el potencial de aprendizaje de los niños mexicanos.
Para saber si este programa surte el efecto esperado es necesario contar con un diagnóstico de la población que recibirá las tabletas, así como una operación y seguimiento adecuado de su uso en las escuelas públicas primarias de estos seis estados para saber el impacto de esta herramienta. Para ello no basta con entregar tabletas. Se necesita dar seguimiento claro a las acciones para dotar a las escuelas de acceso a internet, contenidos para las tabletas y capacitación a los profesores para poder usar esta herramienta como una palanca de aprendizaje complementaria a los libros de texto. La sociedad civil organizada deberá dar seguimiento puntual a este programa para conocer los detalles de su implementación y conocer la evidencia que respalde los buenos o malos resultados que arroje.
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